“Todos amamos a nuestra Madre, quien nos une en una familia de Dios”
Homilía en ocasión de la Cruzada Guadalupana Anual de la Arquidiócesis
7 de diciembre 2024; Catedral de Santa María
Lecturas: Zac 2, 14-17; Jdt 13; Lc 1, 39-47
Introducción
Hoy es un día histórico en París, y en realidad en todo el mundo, ya que las campanas sonaron en la reapertura de la Catedral de Notre Dame. Su reconstrucción se ha completado desde el devastador incendio de abril de 2019, el cual la destruyó casi por completo. En un acto de solidaridad, las iglesias de todos los Estados Unidos han hecho sonar sus campanas también, incluso aquí en nuestra Arquidiócesis a las 11:00 de la mañana, que corresponde a la hora en que sonaron las campanas en París.
La destrucción de esa obra maestra de gran belleza captó la atención del mundo entero, mientras todos lamentábamos el daño que se estaba haciendo a este templo sagrado para la gloria de Dios, y construido en honor a la Madre del Hijo de Dios. A pesar de cuanto el país de Francia se ha secularizado, la Catedral de Notre Dame sigue siendo la Madre de todos los franceses.
Novena de Nueve Años
Así es una madre. Y así nuestra Madre María se aparece en todas partes del mundo, a todas las razas, a personas de todas las naciones, para darles palabras de esperanza y consuelo, y para invitarlas a volver sus vidas a su Hijo, que los ama con el amor de Dios mismo. Y por eso también a nosotros nos encanta reunirnos hoy para honrar a nuestra Madre, tal como se apareció al humilde indígena Juan Diego, para llevar el mensaje de paz, unidad y salvación de su Hijo a un pueblo, ante quien ella lo presentaría. Ahora estamos a sólo siete años de un hito significativo de ese encuentro: en el 2031 se cumplirá el quingentésimo aniversario de la aparición de la Santísima Virgen a San Juan Diego.
No es casualidad, entonces, que el Papa Francisco haya convocado la Novena Intercontinental de Nueve Años a Nuestra Señora de Guadalupe para preparar al quingentésimo aniversario de la aparición. Es una novena intercontinental porque es para todos: la Virgen de Guadalupe nos une porque es la Madre de todos, la Madre de toda la humanidad, no sólo de una raza u otra. Lamentablemente, en los tiempos en que vivimos, necesitamos defender su honor.
En la homilía en la que anunció la novena de los nueve años, el Papa Francisco habló de esto, diciendo: “Quieren demetizar, maquillar a la Madre. Por favor, no permitamos que el mensaje se destile en pautas mundanas e ideológicas. El mensaje es simple, es tierno: «No estoy yo aquí, que soy tu madre». Y a la madre no se le ideologiza.” E hizo un llamado especial a nosotros aquí en nuestro hemisferio, cuando dijo: “Exhorto a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en América, pastores y fieles, a participar en este camino celebrativo, pero por favor que lo hagan con verdadero espíritu Guadalupano.”[1]
Observen que aquí habla de la Iglesia peregrina en América, no “en las Américas”. Su visión es ver todo nuestro hemisferio, América del Sur, Central y del Norte, como un solo continente. No puede ser de otra manera para nosotros los católicos, porque todos somos un solo pueblo unido en nuestra fe, y lo que sucedió en el Tepeyac hace 493 años nos afecta directamente a todos en esta parte del mundo.
Visión de unidad
El Papa San Juan Pablo II tuvo la misma visión. A finales de los años 90, cuando se celebraba un Sínodo especial de los Obispos para cada continente del mundo en preparación para el gran jubileo del 2000, para comenzar el tercer milenio cristiano, el Sínodo celebrado para nuestra parte del mundo fue el “Sínodo para América”. No para “las Américas”, mucho menos diferentes Sínodos para América del Norte y América Latina, o América del Norte, América Central y América del Sur.
Después de cada Sínodo de los Obispos, el Papa escribe un plan pastoral para su implementación, llamado Exhortación Apostólica. Hizo su cuarta peregrinación a México en 1999 para presentar esta Exhortación Apostólica, que tiene, precisamente, el título de “La Iglesia en América”. Dice allí:
… enuncié el tema de la Asamblea Especial del Sínodo para América en los siguientes términos: «Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América». El tema así formulado expresa claramente la centralidad de la persona de Jesucristo resucitado, presente en la vida de la Iglesia, que invita a la conversión, a la comunión y a la solidaridad. El punto de partida de este programa evangelizador es ciertamente el encuentro con el Señor. El Espíritu Santo, don de Cristo en el misterio pascual, nos guía hacia las metas pastorales que la Iglesia en América ha de alcanzar en el tercer milenio cristiano.[2]
Observen de nuevo que el Papa Juan Pablo II también se refiere a América como un solo continente, y dijo que todos los que habitan en este continente están llamados a la unidad. Continuó diciendo:
En una actitud de apertura a la unidad, fruto de una verdadera comunión con el Señor resucitado … cada uno … [descubrirá], a través de la propia experiencia espiritual que el «encuentro con Jesucristo vivo» es «camino para la conversión, la comunión y la solidaridad». Y, en la medida en que estas metas vayan siendo alcanzadas, será posible una dedicación cada vez mayor a la nueva evangelización de América.[3]
La visión de los Papas de nuestro tiempo es la del profeta Zacarías, es decir, la de Dios mismo, pues Zacarías no era más que el portavoz de lo que Dios decía a Su pueblo en los tiempos del Antiguo Testamento. Recordemos lo que hemos oído proclamar del profeta: “Muchas naciones se unirán al Señor en aquel día; ellas también serán [Su] pueblo y [El habitará] en medio de [ellas]”. Dios eligió una raza de personas, un pueblo sencillo y humilde, para preparar el mundo para la venida de su Hijo, que uniría al mundo entero – todas las razas, no sólo una – en un solo pueblo de Dios.
La necesidad de unidad
No se trata de una idea elevada o de un ideal inalcanzable; nosotros, aquí en el continente americano, tenemos un llamado especial a dar testimonio de este plan divino y a construir la unidad entre nosotros. Y la única manera de hacerlo, nos recuerda el Papa Juan Pablo II, es a través del “encuentro con Jesucristo vivo”, es decir, debemos mantener a Jesús en el centro de nuestras vidas, vivir para él y adorarlo a él y no a dioses falsos, y vivir de la manera que él enseña. Como Dios hizo en el pasado, eligiendo a un pueblo humilde para llevar a cabo Su plan de salvación en Su Hijo, así lo hizo en este continente, eligiendo a un pueblo humilde para traer de nuevo a Su Hijo a un mundo nuevo a través de la aparición de la Madre de Su Hijo.
La necesidad de unidad para convertirnos a Jesucristo es ahora más urgente que nunca, ya que vemos que las amenazas a la vida y a la dignidad humana aumentan, aparentemente cada vez más con cada día que pasa. El Papa Juan Pablo II también habló de esto durante esa peregrinación a México. Allí celebró la Misa en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe con la concelebración de quinientos obispos y cinco mil sacerdotes. En su homilía, hizo un llamado inequívoco a poner fin a la cultura de la muerte. Dijo:
… la Iglesia debe anunciar el Evangelio de la vida y denunciar con fuerza profética la cultura de la muerte. ¡Que el Continente de la Esperanza sea también el Continente de la Vida! Este es nuestro grito: ¡una vida digna para todos! … Ha llegado el momento de desterrar de una vez por todas cualquier ataque a la vida …. Es urgente suscitar una nueva primavera de santidad en el continente para que acción y contemplación vayan de la mano.[4]
Sí, la acción y la contemplación deben ir de la mano. Es decir, nuestro trabajo por la justicia no tendrá éxito si no nace de una fe arraigada en el encuentro con el Hijo de la Virgen María, nuestro Señor Jesucristo. Los antiguos ataques contra la santidad de la vida humana desde su principio hasta su fin perduran, mientras que otros ataques se están intensificando, especialmente a causa del estatus legal que uno tenga. Siempre es así: solo donde la vida humana es más vulnerable allí es atacada. Lo que se necesita es el amor de Jesucristo para sacarnos de esta mentalidad, un amor que nace de una vida de fe en él. Podemos entender fácilmente, entonces, estos crecientes ataques contra la santidad de la vida humana dada la marcada disminución de cualquier tipo de fe en Dios en nuestra sociedad actual.
Nuestra Madre nos acompaña, entonces nosotros también deberíamos hacerlo
Pero nuestra Madre siempre está ahí para nosotros. Ella siempre acompaña a los seres queridos de Dios en los momentos más críticos de su vida. Vemos eso desde el principio, cuando ella “se encaminó presurosa” a visitar a su prima Isabel cuando estaban esperando a sus hijos, uno para ser el precursor del otro que vino a salvar a toda la raza humana. Ella vino de nuevo al Tepeyac para poner fin al derramamiento de sangre y unir dos razas en un nuevo pueblo para su Hijo, y ella camina con nosotros ahora, especialmente con aquellos que están experimentando miedo e incertidumbre en sus vidas en este momento. Como nos recordó el Papa Francisco, ella no viene con algún tipo de mensaje mundano o con una ideología. Ella viene con el mensaje simple para ustedes hoy que le dio a San Juan Diego hace 493 años: “¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre?”
Nuestra Madre nos acompaña, nos acompaña hacia su Hijo que es la fuente de nuestra paz. Como ella nos acompaña, también debemos acompañarnos nosotros. Quiero asegurarles que el liderazgo de nuestra Arquidiócesis es consciente del miedo y la incertidumbre de nuestro pueblo, y tenemos los recursos para ayudarlos. Después de la celebración de la Misa con motivo de la Jornada Mundial del Migrante hace dos meses, ofrecimos información y talleres para que las personas conocieran sus derechos y pudieran saber donde acceder a la ayuda. Caridades Católicas está trabajando muy duro para ayudar a las personas que necesitan asistencia legal, así como apoyo material y espiritual, junto con nuestras parroquias. Este es el momento de probarnos en lo que significa ser una comunidad de fe: nos acompañamos unos a otros con el amor de Jesucristo, o no logramos recorrer el camino de la conversión que hace posible la solidaridad y la paz.
El Papa Francisco, al mismo tiempo que reconocía la realidad de la situación actual, nos dio también palabras de consuelo en esa homilía en la que proclamó la novena de nueve años en preparación para el quingentésimo aniversario de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. Concluyó su homilía diciéndonos:
Y aunque este horizonte aparezca sombrío y desconcertante, que aparezca con presagios todavía de mayor destrucción y desolación, todavía la fe, el amor y la condescendencia divina nos enseñan y nos dicen también que este es un tiempo propicio de salvación, en el que el Señor a través de la Virgen Madre y Mestiza sigue dándonos a su hijo que nos llama a ser hermanos, a dejar de lado el egoísmo, la indiferencia, el antagonismo.[5]
Esos son los obstáculos para la unidad: el egoísmo, la indiferencia y el antagonismo. El camino hacia la unidad, en cambio, está pavimentado con la fe y el amor, la conversión y la solidaridad, que nacen del encuentro salvífico con el Señor vivo Jesucristo.
Conclusión
Y ella nos ayudará. Sólo tenemos que recurrir a ella. Inspirados en la oración con la que San Juan Pablo II concluyó su homilía en la Basílica Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en México en 1999, concluimos rezando: ¡Oh dulce Señora del Tepeyac, Madre de Guadalupe! Te presentamos las ansias, preocupaciones, inquietudes y sufrimientos de tu pueblo en América. Tú que has entrado dentro de nuestros corazones, visita y conforta nuestros hogares, parroquias y comunidades de fe de todo nuestro continente. ¡Muéstranos el rostro de tu Hijo y seremos salvados! Amén.
[1] Proclama Papa inicio de Novena Intercontinental Guadalupana
[2] Ecclesia in America, n. 3.
[3] Ibid., n. 7.
[4] https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/it/homilies/1999/documents/hf_jp-ii_hom_19990123_mexico-guadalupe.html (la traducción es propia del autor).
[5] Proclama Papa inicio de Novena Intercontinental Guadalupana