Tu luz debe brillar
Reclama a Cristo como el centro de tu vida
Por el Arzobispo Salvatore J. Cordileone
Cada año, el Adviento y la Navidad nos recuerdan los siglos de espera y esperanza piadosa del pueblo de Israel. El anhelo por el Mesías prometido se cumplió en la plenitud de los tiempos en la ciudad de David, la ciudad de Belén. Mientras el Salvador entró en silencio en el mundo esa primera Navidad, el don de Dios llevó incluso a la tierra a regocijarse en esa noche santa.
Con demasiada frecuencia vemos la oscuridad a nuestro alrededor mientras esperamos el regreso de nuestro Señor. Las guerras y los conflictos en todo el mundo, la violencia en nuestras calles y lugares de trabajo, las relaciones rotas en las familias y entre amigos parecen impregnar nuestra vida diaria. Mientras las sombras de esta vida terrenal pesan sobre nosotros, sabemos que hay esperanza.
Como escribió el profeta Isaías: “El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa” (Is 9, 1). La luz de Dios que se hizo visible aquella primera Navidad sigue brillando cada vez más en nuestro tiempo. Como Iglesia, estamos llamados a ser esa luz en el mundo; como Nuestra Señora, magnificando a Jesús para que otros lo encuentren.
Durante el año pasado, los fieles de la Arquidiócesis de San Francisco revelaron esa luz a los demás, levantando a los necesitados y compartiendo el amor de Dios con un mundo que sufre. Realizamos vigilias de oración por los cristianos perseguidos en todo el mundo, especialmente en Nicaragua y en Hong Kong. A través de nuestro Ministerio de Justicia Restaurativa, oramos por la sanación y la paz con las familias que perdieron a sus seres queridos a causa de la violencia y también con los perpetradores en las prisiones que buscaron perdón. En enero pasado, muchos de nosotros nos unimos a la comunidad de Half Moon Bay en oración tanto en Mountain Mushroom Farms (Granjas de Hongos de Montaña) como en Concord Farms (Granjas de Concord) luego de los tiroteos para reinvindicar el lugar de la muerte como un lugar de vida y paz. Visitamos la Prisión Estatal de San Quintín para ofrecer Misa, participar en estudios bíblicos y visitar a los prisioneros. Es una experiencia conmovedora orar con aquellos que han tenido grandes experiencias de conversión, trabajando hacia la sanación y la integración tanto de los encarcelados como de las familias víctimas.
Esta Navidad, los animo a reclamar a Cristo como el centro de su vida. Para que la paz exista en nuestro mundo, el Príncipe de Paz debe reinar primero en nuestros corazones y hogares. El amor de Dios por nosotros y su deseo de que seamos felices con Él en el cielo sobrepasa nuestro entendimiento.
Como escribe san Juan en su Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a Su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino tenga vida eterna. Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él” (Jn 3, 16-17).
Jesús asumió una naturaleza humana para redimirnos a través de su pasión, muerte y resurrección. La noche antes de morir, en la Última Cena, nos dio su corazón, el don de la Eucaristía, para que en su amor nos transformara a vivir en comunión con él y los unos con los otros.
A lo largo de los siglos, Dios ha permitido que los milagros eucarísticos tengan lugar en muchos países alrededor del mundo. Las hostias consagradas milagrosamente se transforman en carne humana o sangran para mostrar la verdad detrás de nuestra fe. Los estudios científicos sobre estos milagros eucarísticos han confirmado que la carne es tejido del corazón de un hombre que sufrió un trauma severo. Incluso la ciencia ha demostrado que el Sagrado Corazón de Nuestro Señor está presente en el altar y en cada sagrario, un recordatorio eterno del amor eterno de Dios por Su pueblo.
En cada Misa, Dios nos trae Su luz y Su vida, deseando que vivamos con Él y en Él a través de la Sagrada Eucaristía. Jesús, viviendo en nosotros, nos transforma desde dentro, convirtiéndonos en su presencia en el mundo. Lo común de nuestra vida diaria se convierte en oportunidades para compartir el amor de Dios y traer Su luz a los demás.
Después de predicar las bienaventuranzas en el Sermón de la Montaña, Jesús les dice a sus discípulos: “Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte. No se enciende una lámpara para meterla en un cajón, sino que se pone en el candelero para que alumbre a todos en la casa. Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo’’ (Mt 5, 14-16).
Vivir nuestra fe en la sociedad hoy puede ser difícil. Podemos enfrentarnos a la oposición o incluso a la persecución. Pero ser esa luz del amor de Dios en el mundo es ahora más necesario que nunca: afirmar la dignidad de toda vida humana, amar a nuestros enemigos, rezar por quienes no entienden nuestra fe y reconciliarnos con quienes nos han hecho daño o a quienes hemos ofendido. Al hacerlo, traemos paz al mundo y damos gloria a Dios, a través de Quien todas las cosas son posibles.
Que Ustedes y sus familias tengan una Navidad bendecida y santa, y que el Señor guíe nuestros pasos por el camino de la paz.