“Dios Está con Nosotros, la Virgen María Camina con Nosotros”
Homilía en la Ocasión de la Cruzada Guadalupana Arquidiocesana
3 de diciembre de 2022; Catedral de Santa María
Lecturas: Za 2, 14-17; Jdt 13; Lc 1:39-47
Introducción
Aparentemente, nuestro Diosito está llorando de alegría al vernos nuevamente reunidos para honrar a la Madre de Su Hijo. Y en verdad es una gran alegría para nosotros hacerlo. Pero incluso en los momentos más angustiosos, como la pandemia que acabamos de vivir, Dios siempre está ahí con nosotros, guiándonos y enviando a sus agentes especiales, tanto mujeres como hombres, los grandes protagonistas de Su plan de salvación para nosotros, para salvarnos del desastre y llevarnos a Él.
Dios Presente en la Historia
Nuestra oración en el Salmo Responsorial para la Misa de hoy es un buen ejemplo de ello. Es la aclamación del antiguo pueblo de Israel al exaltar a su conciudadana Judith, quien los salvó de su temible enemigo y poderosa nación vecina, los asirios. Como relata la historia antigua, el rey asirio Nabucodonosor envió a su general Holofernes a sitiar la ciudad judía de Betulia. Judith, descrita como una joven y hermosa viuda, decide salvar a su pueblo matando con su propia mano a Holofernes.
Después de recitar una larga oración a Dios, ella se viste con sus mejores galas para someterlo. Holofernes festejaba con sus amigos, y aparentemente demasiado porque terminó bebiendo demasiado vino y se desmayó. En ese momento, Judith aprovechó la oportunidad para matar a Holofernes, salvando así a su pueblo de ser masacrado. Y así su pueblo la ensalzó con la aclamación que acabamos de rezar, “Tú eres el orgullo de nuestra raza.”
Cumplimiento en la Virgen María
Por supuesto, esto es solo el preludio del mayor de los actos de salvación de Dios para nosotros, realizado a través de Su amadísima hija, María de Nazaret. Ella verdaderamente es el orgullo mayor de nuestra raza: no la raza judía, tampoco la raza latina; no la raza eslava ni la raza araba; ¡ni siquiera la raza italiana! Sino, la raza humana. Ella es la que fue preservada del pecado para estar perfecta y sinceramente dedicada a Dios y llevar a cabo Su voluntad de salvarnos a nosotros, Su pueblo, trayendo a Su Hijo al mundo para que sea nuestro Salvador. Y ella también está siempre con nosotros, acompañándonos en el camino hacia su Hijo. Así es María, siempre ahí para encontrarnos y acompañarnos.
Lo vemos en cómo reaccionó después de recibir la noticia de que iba a ser la Madre del Hijo de Dios. Noten cómo San Lucas nos dice que María “se encaminó presurosa” a visitar a su prima Isabel. Ambas sabían que Dios estaba dando el último paso en Su plan de salvación para la raza humana, que se estaba desarrollando dentro de sus vientres. María acompaña a su pariente mayor Isabel, para compartir su alegría y ayudarla en su momento de necesidad. Verdaderamente ella es el mayor orgullo de nuestra raza, toda hermosa, toda pura, siempre ahí para estar con nosotros.
En Nuestra Vida de Hoy
Y así, en respuesta a la exhortación del profeta Zacarías, con Jerusalén también nosotros podemos cantar de gozo y regocijarnos porque Dios viene a habitar en medio de nosotros. Vino a habitar con nosotros cuando su Hijo nació de la Virgen María, y continúa viniendo a habitar con nosotros cuando se hace presente en la sagrada Eucaristía sobre el altar, en respuesta al mandato que nos dio, “Hagan esto en conmemoración mía.” A través de las palabras del sacerdote, repitiendo aquellas palabras que nos dio en la Última Cena, el mismo Verbo de Dios, el Hijo de Dios, se hace presente bajo las apariencias del pan y del vino: su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Y así podemos alegrarnos porque Dios está con nosotros, y la Madre de Dios nos acompaña para llevarnos a Él. Esta es nuestra mayor alegría, Dios presente en medio de nosotros. No importa qué otro sufrimiento podamos soportar – dificultades económicas, mala salud, miedo resultante de la vulnerabilidad, incluso la angustia emocional y financiera de una pandemia – podemos regocijarnos porque Dios está con nosotros. Esto nadie nos lo puede quitar: nuestra fe, y el compartir nuestra fe, uniéndonos para adorar a Dios y honrar al mayor orgullo de nuestra raza, la Madre de Su Hijo.
Conclusión
Alegrémonos, entonces, porque María camina con nosotros. Después de la Misa cantaremos uno de nuestros himnos más queridos a la Virgen, repitiendo el estribillo “Ven con nosotros al caminar, Santa María, ven.”
Por supuesto, ella siempre viene a caminar con nosotros. La razón por la que le pedimos que lo haga no es porque ella necesita nuestras peticiones para que nos conceda el favor de prestarnos atención y venga a caminar con nosotros; no, no es así. Más bien, es porque, pidiéndoselo a ella, pidiéndolo en repetición nos ayuda a abrir nuestro corazón en bienvenida, para que podamos estar listos para recibirla – a ella a la que siempre viene – y que cuando venga, podamos caminar a su lado, para que estemos preparados para acoger con los brazos abiertos y el corazón abierto a su Hijo, que viene a nuestro encuentro para salvarnos y llevarnos a la casa de su Padre.